Como en todas las ciudades costeras se imponía el olor a pescado. Las tiendas de juguetes estaban repletas de conchas laqueadas, duras pero frágiles. Incluso los residentes tenían una apariencia conchesca, una frívola apariencia como si el auténtico animal hubiese sido extraído con la punta de un alfiler y solo quedase el caparazón. Los ancianos desfilando eran conchas; sus polainas, sus pantalones de montar, sus prismáticos parecían convertirlos en juguetes. Ya no podrían haber sido marineros reales sino conchas incrustadas en los bordes de marcos y espejos que yacerian en lo mas profundo del mar. Las mujeres-con sus pantalones, sus zapatos de tacones altos, sus bolsos de rafia y sus collares de perlas-tambien parecian las conchas de mujeres reales que salen por la mañana hacia la tienda de víveres.
A la una, esta frágil y barnizada población-crustáceo se arracimaban en el restaurante. El restaurante olía a pescado, ese aroma de zumaca con sus redes llenas de arenques y espadines. El consumo de pescado en el comedor tuvo que ser enorme. El olor invadía incluso la habitación que indicaba "Señoras" en el primer piso. Solo una puerta dividía esta habitación en dos compartimientos. Uno para sastifacer las necesidades naturales, y el otro, con lavamanos y espejo, para disciplinar con arte la naturaleza. Tres chicas jóvenes ya habían alcanzado la segunda etapa de ese diario ritual, ejerciendo su derecho a mejorar la naturaleza, subyugarla con sus almohadillas de maquillaje y barras de labios. Mientras se maquillaban, hablaban, pero su conversación fue interrumpida por algo asi como el aluvión de la marea subiendo; luego la marea retrocedió y se escuchó una de sus voces:
"Nunca me importó esa tontita risueña...A Bert nunca le importaron las mujeres altas...¿Lo has visto desde que regresó?..Sus ojos...son tan azules...como estanques...Los de Gert también..Ambos tienen los mismos ojos...Ambos tienen los mismos dientes...El tiene unos dientes tan blancos y bonitos...Gert también, pero un poco torcidos...cuando sonríe..."
El agua borboteaba. La marea espumeaba y retrocedia. Y dejaba escuchar lo siguiente:
"Pero él debería ser mas cuidadoso. Si lo cogen haciendo eso, terminará en un consejo de guerra..."
Un gran chorro de agua surgió del otro compartimento. La marea en el balneario parecía eternamente subir y bajar. La marea desvela y enjuaga esos peces diminutos. Retrocede, y alli están los peces de nuevo con el fortísimo olor de algun extraño aroma que parece invadir todo el balneario.
Pero al caer la noche la ciudad luce tan etérea. Hay un blanco resplandor en el horizonte. Aros y coronas de flores en las calles. La ciudad se ha hundido en el agua. Y su estructura solo puede descubrirse por las guirnaldas luminosas.
(1941)
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