Siempre he vivido en la montaña
Nunca he bajado de la montaña
aún con nieves eternas o ventiscas
que abisman la noche y sus cuervos.
No soy el voluptuoso y perverso
Viejo de la Montaña
ni un eremita amanuense
del silencio y los pájaros
No soy el halcón peregrino en las rocas
que observa su presa volar
con artera indiferencia
No soy el hayedo siempre húmedo
por el llanto de doncellas que ya
no pueden acariciar el cuerno
de su amado Unicornio.
Tampoco soy el riachuelo que sólo canta
en la profundidad de la noche
y calla en la claridad del día.
Sólo soy mi propia sombra
que nunca ha bajado de la montaña.
No la vendí
no la perdí...
Mi sombra siempre ha sido
salvaje y montaraz.
La espero,
aún tengo fe de que pueda bajar
de la montaña y unirse
a mis pasos
mis pasos que hace tiempo
son el eco vacío de la lluvia
sobre los vanos senderos que al alba
sólo conducen a la niebla de las ciudades
(y en la niebla de las ciudades no brillan
tus ojos de torcaza, Beatrice,
sino los ojos amarillentos
de los chacales siempre en vilo)
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